Ismael Ollero (1985)
De repente las olas se hicieron
gigantes. Las contemplé con incertidumbre, pues nunca había visto nada igual.
Traté de disimular mi entusiasmo ante los ojos de los lugareños que también se
bañaban, para que no me tachasen de palurdo. No obstante, preferí acercarme a
la orilla, ya que la colchoneta en la que yacía en busca de sol y calma, en
realidad, me había arrastrado hacia la zona de peligro. Al menos sabía que allí
la profundidad era mayor a la de mi altura y que las olas multiplicaban por
cinco mi tamaño.
Sólo tuve tiempo de ver una sombra
enorme, la de una ola enfurecida que, al romper sobre mí, me absorbió como una
astilla en un desagüe. Descendí mar adentro hasta que un golpe en la rodilla
detuvo mi descenso. Rápidamente, intenté emerger nadando hacia el exterior. Sin
embargo, el dolor me impedía avanzar con agilidad. Por suerte, una mano divina
consiguió rescatarme y llevarme a flote.
Me reanimaron tumbado sobre la arena. Miré a mi
alrededor todavía aturdido. La colchoneta había desaparecido, mis heridas eran
palpables y la persona que me rescató fue la primera cara que vi.
Aunque suene irónico, este señor era el obispo
de la catedral de Coria (sede que concedió mi apostasía) que quedaba a unos dos
mil kilómetros de aquella playa del Atlántico.
Le invité a una caña con limón y
conversamos:
Hijo, Dios ha mostrado su ira —señaló
convencido— pero te ha perdonado enviándome en tu rescate. ¿Te das cuenta?
Ahora tu alma es como un vaso vacío para un mundo sediento. Es mejor que
vuelvas con nosotros, pues somos la fuente que nunca cesa.
- Dios aprieta, pero no ahoga -contesté
riéndome-. Mire, buen hombre —continué sin risas— creo que usted no contempla
la posibilidad de que yo no necesite llenar mi vaso de esa fuente, pues en el
mundo hay otros ríos, lagos y mares para elegir. Es más, aún perduro en mi
desierto lleno de dunas.
En el atisbo de un sol cegador y el
desamparo de una luna oculta, pactamos una tregua mediante un silencio administrativo.
Sol y luna eran las premisas que dedujeron como conclusión nuestras caras.
*NOTA:
Texto publicado en "Antología poética de Extremadura (2011)"
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